martes, 6 de octubre de 2009

De la cadena el eslabón

A algunos les gusta la idea de levantarse por la mañana y tener perfectamente organizado el día. Otros se conforman con que el siguiente vuelva a sorprenderles. Este pasado lunes, 5 de octubre, volvimos a descubrir que la aventura y el disfrute pueden ir de la mano de una buena escapada entre amigos. Al vivir en una zona rodeada de bellos parajes, el abanico de destinos ofrecía suculentos planes. Finalmente, se concretó de la siguiente manera.



Cinco expedicionarios (arriba, de derecha a izquierda): Javier Sáenz, Jon Ugarte, Ekhiotz Prieto, Joseba Goichoechea y un servidor (al otro lado del objetivo) pusimos rumbo a la cueva de Basaula, situada junto al manantial del Itxako que abastece de agua Estella, a medio camino entre Artavia y Zudaire.

Jon Ugarte era el único que la conocía y podía ejercer de guía, en los últimos quince días la ha recorrido hasta en tres ocasiones. Alertados por él, nos equipamos lo más que podemos. Aún así, nuestro material es insuficiente. Linterna frontal (recién comprada por 2,5 euros en el chino de Estella), ropa sucia y zapatillas deportivas. Tras una serie de pautas básicas (ir juntos, tranquilos...) y un ligero paseo desde donde dejamos el coche, entramos. Súbitamente, cae la noche en pleno día. Impresiona apagar las luces y apreciar la oscuridad y el silencio ahí dentro.

Tras una primera centena de metros muy paseables, en los que la amplitud de la galería es enorme, Basaula cierra sus encantos para los más timoratos. Raptar a lo largo de veinte metros durante un par de minutos con una roca de quién sabe las toneladas a escasos centímetros de la cabeza no es plato del gusto de todos. No hay más que ver la cara de Ekhiotz para darse cuenta de esto (foto de la derecha, la luz de atrás es el frontal de Jon Ugarte). La claustrofobia golpea y parar a tomar unas bocanadas y tranquilizarse se antoja oportuno y necesario a mitad del recorrido. Respirar hondo, cerrar los ojos y avanzar a rastras por el suelo. Zigzag, zigzag. Poco a poco. Un poco más y Basaula agradece el esfuerzo con creces. El paso de los cocodrilos está superado y la belleza de la cueva se despliega para el visitante.

A la salida de la gatera (en la imagen nuestro guía, Jon Ugarte, abandona el tramo) se abren seis kilómetros de galerías. Hay tramos para todos los gustos. Sitios donde caminas sin problemas, otros en los que es necesario agacharse, lugares en los que necesitas la ayuda del compañero para salvar un denivel... Por aquí, por allá, toma esta mano, aúpa, venga campeón, vamos vamos... La tarde se calienta y poco a poco formamos equipo.



Tras cuatro o cinco pasos que entrañan algo de complicación, en los que nos tenemos que empujar los unos a los otros y ayudarnos para superar las dificultades, un pequeño estanque nos corta el camino. Fue el punto en el que nuestro guía se dio la vuelta la vez que más penetró en la cueva. Nos encontramos más o menos a cuarenta y cinco minutos de la entrada. Cónclave. Algunas voces optan por regresar y otras por continuar. Somos un equipo. Tres votan por seguir y dos por desandar el camino. Continuamos. Sáenz (foto de la derecha) es el primero que se quita las zapatillas y cruza al otro lado. El agua hiela los pies, pero la emoción del momento y de lo desconocido ayudan entrar pronto nuevamente en calor. Tras la avanzadilla, cruzamos el resto. Tras abrazarnos y animarnos, prestos para seguir hasta que la cueva diga basta. Pena que la cámara se quedase en ese punto del recorrido. No pasó el estanque y se quedó allí esperando la vuelta. Continuamos por un angosto pasadizo que parece esculpido a mano. En el suelo, un surco esculpido por el agua en la roca complica sobremanera caminar. El tobillo se traba una vez sí y otra también enganchado en la canaleta. Seguimos, pues no es sencillo, pero tampoco peligroso. Además, se comienza a escuchar el discurrir del agua en las entrañas de la tierra.

Cada vez el sonido del cauce es más intenso, y todo hace indicar que está prácticamente ahí. Sin embargo, la inexperiencia y el desconocimiento nos hacen reflexionar y detenernos. Son casi las ocho de la noche, llevamos más de hora y cuarto dentro y conviene volver. Avanzar más se antoja imprudente e innecesario. Ahora, sólo queda descalzarnos nuevamente para superar otra vez el estanque. Ir recogiendo los jerseys que hemos colocado para no desorientarnos en los puntos y pasos más complicados y volver a zigzagear como cobras por el paso inicial. Nuestro bautizo en el mundo de la espeleología ha ido de la mano de una buena escapada en una tarde de lunes entre cinco amigos. De saber disfrutar y de la naturaleza sin necesidad de grandes gastos y de volver a sentirnos parte de un equipo. A la salida (arriba) caras de satisfacción. Por ser de la cadena el eslabón.

3 comentarios:

  1. Ke grande javier!!!!!
    En primer lugar queria comentar que me ha encantado el reportaje, es más, me ha emocionado y te auguro un gran futuro como periodista.

    En segundo lugar quiero deciros que me gustaria volver a realizar otra expedicion, otra aventura, que todos disfrutamos siempre que vamos, pero que pocas vecs acudimos.
    Esta bien salir de fiesta, estar en bares, en la soci, emborracharse y demás..pero también podemos disfrutar saliendo al monte, haciendo deporte, visitando cuevas, en plena naturaleza, etc..
    Y para acabar decir que yo quiero volver un dia de estos a la cueva, para enseñarsela a los que no hayan estado y para intentar avanzar un poco más si es posible.
    Un saludo!

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  2. Este puede ser el comienzo de un gran carerra como espeleólogos

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  3. Me ha gustado el reportaje. Ademas de haber visto alguna foto el tuenti de esta gente, y que ya de por si me habian entrado ganas de entrar ahi, tu reportaje aun invita mucho mas a hacerlo.

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