martes, 3 de abril de 2012

Un año para enmarcar

El pasado martes 27 de marzo aterricé por segunda vez en mi vida en la Ciudad de México. Estoy feliz por ello. Les contaré primero, antes de decirles qué es lo que hago ahora aquí, que en la anterior ocasión tuve la oportunidad de trabajar -prácticas de la Universidad Pública de Navarra mediante- en el Consulado de España en este hermoso país. Algo que ni por asomo me esperaba cuando llegué aquí. Un trabajo meramente administrativo en el que me limitaba a realizar labores de atención al público en ventanilla en la sección de 'pasaportes'. Básicamente recogía los papeles que los ciudadanos españoles acreditaban para renovar o sacar por primera vez el pasaporte. Nunca lo consideré una tarea creativa, pero pronto me sentí cómodo con la gente de la institución, en su mayoría veteranos funcionarios y policías nacionales, y puedo decir que me gustaba lo que hacía.

Pese a que cada usuario quería lo mismo, su pasaporte nuevo o primerizo, nadie era igual al anterior. Cada quien guardaba su propia historia personal, y no pocos traían ganas de hablar. Por ahí pasaba gente de todos los lugares de España y México, no pocos navarros, que llevaban más o menos tiempo -en ocasiones toda una vida- en cualquier rincón de esta República. Atenderles y sentirte útil ayudándoles aunque fuera en un trabajo tan rutinario como el que desempeñaba me hacía feliz. Por no hablar de la grata sensación que me quedaba al echar un cable a aquellos con cara de susto que aparecían seis horas antes de tomar su vuelo diciendo que se habían dado cuenta de que habían perdido el pasaporte o se lo habían robado. Tranquilos compatriotas, salvoconducto y para casa. Ver sus caras de alivio no tenía precio.


Consulado de España en México


Pero todo tiene un principio y un final. Y tal como llegué marché de vuelta para Oteiza. Una vez en casa tuve la oportunidad de estar al lado de mi abuela Crescen en el último mes antes de que nos dejara. ¡Qué grande era la abuela! No tengo un solo mal recuerdo de ella. De su parte, solo palabras sabias y buenos consejos, además de mucho cariño y esas paguicas que agradecía en el alma mi economía de estudiante. Pero la abuela también se marchó, bien acompañada por toda la familia, y yo me quedé sin saber muy bien qué hacer. En estas andaba, un poco perdido, cuando decidí estudiar un máster. Y qué mejor que regresar donde sabes que te quieren. La Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra siempre fue mi casa y me decanté por el MCPC (Máster en Comunicación Política y Corporativa). La política la he mamado en casa de la mano de mi padre desde pequeño y, aunque no me veo ejerciéndola, sí que me apasionan sus entresijos. Así que realicé las pruebas de admisión y, a falta de acreditar un nivel superior de inglés, fui admitido en la maestría.

Hablamos de finales del mes de mayo, tenía tres meses, hasta comienzos de septiembre, para prepararme con el inglés. Pensé en Inglaterra, Escocia o Irlanda, pero fue Malta quien se cruzó en mi camino. Fue el verano más divertido de mi vida. Seguro. Esa pequeño y hermoso país-archpiélago es un crisol de culturas. Allí conocí a gente de todos los lugares del mundo: turcos (espectacular la convivencia con mis compañeros de piso Yakup y Murathan), alemanes, italianos, japoneses, chinos, libaneses, sirios, brasileños, colombianos... . Comencé estudiando en EC School, y al mes de estar allí conseguí un trabajo como monitor de tiempo libre en esa misma escuela. La rutina festiva era trepidante y, unida a las mañanas lectivas, permitieron una rápida mejora en mi nivel de inglés. Practiqué muchísimo. Los lunes acompañaba a los nuevos alumnos en la wellcome dinner, martes wellcome drink, miércoles la montábamos en un pub llamado Footlose, jueves en otro que traía por nombre Native y los viernes era el día de la boat party. Y así semana tras semana fuimos divirtiéndonos y subiendo de nivel en la escuela.


Malta, con mis compañeros monitores y otras estudiantes


Terminó el verano, regresé a Pamplona, me examiné de inglés en el instituto de idiomas de la universidad y acredité el nivel suficiente para realizar el máster. Cambié las chancletas, el traje de baño y mi camiseta naranja de social leader de la EC School por los zapatos, el traje y la corbata, que se convirtieron en mi uniforme de trabajo para la maestría. En el MCPC me encontré con un grupo humano espléndido formado por 21 alumnos de 10 países diferentes. Estudiamos y aprendimos el plan de comunicación para instituciones, empresas y partidos políticos hasta que nos salió por los orejas. Aquello de la investigación, la estrategia, tácticas y mensajes lo tenemos tan clavado ya en nuestra cabeza que es imposible que algún día podamos olvidarlo. Fueron meses intensos de convivencia diaria, clases, visitas, trabajo en proyectos y un montón de horas en común. Desde septiembre hasta marzo el máster se desarrolló en Pamplona. El viaje a Madrid y la presentación de los proyectos ante el jurado pusieron los broches de oro a esta primera etapa del máster.

Volvimos a hacer la maleta, cargarla de ilusión y poner rumbo a Washington, donde durante un mes fuimos alumnos de la George Washington University, en calidad de interships. Allí la convivencia se tornó más intensa si cabe, todos metidos en el mismo hotel y compartiendo clases y vivencias las veinticuatro horas del día durante un mes. Pateamos la capital política mundial hasta conocer al dedillo Georgetown, el Capitolio, el Congreso, U Street, Pennsylvania Avenue y todos aquellos lugares que ya son comunes en nuestro imaginario colectivo.


Delante del Capitolio con los compañeros del MCPC


Oteiza fue un espejismo. Dos noches pasaron entre la vuelta de Washington y mi nuevo viaje rumbo a México. Eso sí, poder ver a la familia y los amigos aunque solo sea un poquito me llenó de energía positiva otra vez. Despedí a mi Juli, a la que en tres meses volveré a ver, y me lancé otra vez. La última etapa de la maestría, las prácticas, me esperan en esta ciudad que lleva por nombre México Distrito Federal. Hace exactamente una semana un avión que despegó de Amsterdam me posó sobre la que ya voy considerando mi segunda patria. Estoy aquí para trabajar en la asesoría de comunicación política andorrana Segarra&Teres. Laboramos en la campaña del candidato presidencial a la República Gabriel Quadri. Un tipo, en lo poco que he podido conocer en este tiempo, auténtico, con principios, ecologista y que no tiene ninguna opción real de llegar a Los Pinos. El equipo y la oficina es pequeño, pero acogedor. Jordi Segarra a la cabeza, con Mau, chilango autóctono y jefe de la oficina aquí en México de lugarteniente, los diseñadores andorranos Enric y Xavi, además de mi tocayo Javier, al volante de la camioneta, y Mari, la servicial y siempre amable recepcionista. Todos formamos un pequeño equipo-familia con la intención de trabajar al máximo, disfrutar de lo que hacemos y aupar a nuestro candidato lo más arriba posible. Las vistas de la ciudad desde la oficina de Polanco, en un piso 16 del Paseo Reforma, con el Auditorio Nacional y el Bosque de Chapultepec al frente son, en mi opinión, sencillamente abrumadoras.


Vista de la Ciudad de México desde la oficina


Aquí aguardan tres meses intensos de los que daré cuenta en la medida de mis posibilidades a través de esta humilde bitácora que me sirve de punto de encuentro con familiares, amigos y algún que otro conocido. Sin duda ha sido un año de cambio continuo, formación y aprendizaje de un valor incalculable para mí. Espero seguir en esta línea de viaje, aventura, trabajo y diversión. Y seguir contándooslo.



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