Hace ya tiempo que no escribo nada personal en el blog y hoy me apetece poneros un poco al día de los avatares de mi vida en los últimos tiempos. Sirve que así agradezco a todos los que han estado a mi lado y me han brindado su amor y amistad durante este período y proyecto mi futuro de la mejor manera posible. Desde la última vez que narré mis aventuras por este hermoso país llamado México he visto llover e incluso granizar, he cambiado de ciudad y, tranquilos todos, me sigo sintiendo pleno y feliz de la decisión que tomé de venir a esta república, en la que ya duermo desde hace más de cinco meses.
Dejada atrás la etapa de León de los Aldama, la capital industrial del estado de Guanajuato que llegué a hacer mía gracias a Ixchel y al montón de amigos que dejé allí, ahora me encuentro ya en esta locura llamada México Distrito Federal que, con sus más de 20 millones de habitantes, no deja de sorprenderme cada día. No tengo palabras para agradecer a tanta gente lo bien que se portó conmigo en mi anterior ciudad. Sin embargo, me gustaría nombrarlas una por una porque el poso que han dejado en mí no se borrará con facilidad.
De Ixchel... qué decir que ya no sepáis. Que la amo, que a ella le debo haber emprendido esta aventura que está resultando tan sumamente gratificante y educativa en todos los aspectos, que sin ella nada de esto tendría sentido y que cada día me siento más feliz de la decisión que tomé debido a su impulso. De corazón, gracias chiquita. Por orden me gustaría continuar por su familia. Su mamá, Lety; su papá, Manuel; su hermana, Xanan; y su sobrina, Luisa María, la reina de la casa. En su casa me han tratado siempre como a un hijo, y eso, a 13.000 kilómetros de distancia de mi hogar y con unas navidades de por medio, es de agradecer. Y no paro ahí. La familia de Lety en Nezahualcoyotl, D.F., durante Nochebuena y Navidad, y la de Manuel en Michoacán durante la Nochevieja y Año Nuevo, hizo mucho más fácil el trance de pasar las fiestas lejos de Oteiza y Los Arcos, de la familia y los amigos de siempre. A ellos también, gracias.
Qué puedo decir de mis compañeros de la casa piña, donde vivía en León. Ya se ha hablado en esta bitácora de León, Adrián y Daniel, pero nunca está de más volver a alabar a las buenas personas. Y créanme, conozco a esta gente, y los tres guardan un corazón hermoso. Me acogieron en su casa como a uno más desde el primer día y los cinco meses que pasé con ellos no tuvimos una sola discusión. Esto, hablando de una convivencia diaria, no es cosa fácil. León es una mujer apasionada por el teatro, bondadosa y que siempre tenía una palabra de aliento cuando más bajo de ánimo me encontraba. Adrián disfruta editando vídeos, tocando música norteña con el acordeón y calándose esos sombreros tan suyos que sólo él es capaz de ponerse. Daniel, mi antropólogo favorito, será por siempre mi padrino. Aparte de los cientos de tacos de pastor, suadero, chorizo, lengua o buche que nos tragamos juntos en la taquería de Gerardo, no paró de tratar de llevarme a conocer a su familia a su Celaya natal, allá donde el Buitre Butragueño sentó cátedra y todavía es leyenda, hasta que lo consiguió. No olvidaré aquél fin de semana.
Seguiré por toda la gente de la Facultad de Cultura y Arte del campus de León de la Universidad de Guanajuato. La casa de Toño, donde Patlán, Christian y Andrea siempre me recibieron con una sonrisa. Ese fin de semana que pasamos los cuatro en San Miguel de Allende con nuestro querido pelón Noé tampoco será sencillo de olvidar. Lástima que nos echaran a las primeras de cambio del torneo de fútbol. Muy buena gente también los amigos de Toño allí en San Miguel. Eso sí, como jugadores de fútbol... no tienen precio. Horrorosos.
Mi buen amigo Enrike Akbal, de una sensibilidad que le hace siempre grande; Cúter, a diario mostraba su disposición de montar alguna fiesta. No te preocupes mamá, casi nunca iba. Israel, un músico de calidad; Chui, otro gran músico creador de la música Chui, obvio. Allan, Ari, Marcela, Frida, Lillian, Rojo y tantos otros. De corazón, gracias también. A mis compañeros del equipo de fútbol de los Leones Negros -ganamos todos los partido menos un empate- que me brindaron la oportunidad de volverme a sentir futbolista, y a los del equipo de Castores, de quienes guardaré con todo el cariño la camiseta del Puebla con la que jugábamos. Espero que ambos terminen la temporada siendo campeones. De todos ellos, y de León en general, guardaré siempre el mejor de los recuerdos posibles. Fue una etapa bonita que siempre permanecerá ahí. Pero ya es historia. Y esto no para.
Lo que ahora nos ocupa nos trajo hace un par de semanas desde allí hasta el Distrito Federal. Unas prácticas de seis meses en el Consulado General de España que comencé el lunes de por medio prometen tenerme bien entretenido. Y, como ya voy echando mucho de menos el ejercicio de mi profesión periodística y las prácticas en el consulado me lo permiten, no voy a parar hasta encontrar un trabajito de periodista por las tardes.
En la capital me abrieron las puertas de su casa Íñigo, compañero en el consulado y tocayo de mi hermano, a quien tantísimo echo en falta. Un mañico del Osasuna -creo que con eso ya me ganó y está dicho todo- y Joaquim, un francés enorme de origen indio natural de Versalles que está aprovechando su estadía en México para conocer el país de cabo a rabo. La primera semana organizó una macrofiesta en el salón, donde se ubica mi sofá cama, que derivó en una visita poco amable de la casera. A quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga. Salió del paso como pudo, tirando de ese español afrancesado. "A mí me dijiste que podía ogganizag alguna fiegsta". Todavía me río al recordarlo.
Y luego está los que siempre han estado y siempre estarán. Mis padres, Román y María Luisa, siempre al pie del cañón; mi hermano, Íñigo, con quien hablo a menudo; mis grandes amigos de Oteiza, Iván y Morentin; mis amigos de Pamplona, Pina, H, Delos y Txou. Esa gente que nunca falla y que sabes que puedes contar con ella para lo que necesites. Gracias al correo electrónico, al Skype y a las redes sociales hoy todo esto de marcharte tan lejos de casa se lleva mejor. Tampoco me quiero olvidar de mis tíos, que me muestran su cariño casi todos los días. Piluca y Osaba, que se lo pasan como quinceañeros por Alemania; Loli, que me ayuda y me cuenta desde el BBVA de Pamplona, y todos los demás. Y por último, y no por eso menos importantes, mis dos abuelicas, Crescen y Carmen. Diario tengo un momento para acordarme de ellas y echarlas en falta. Quizá lo peor de estar aquí es pensar que cada día que pasa es una jornada menos que las voy a disfrutar, y eso, a su edad, es algo que ennudece el estómago y enfría un poquito el alma. Sólo espero que cuando vuelva continúen ahí tal como las dejé, acaso con una arruguita más, para darles un abrazo de aquí a España y de regreso.
Si me he olvidado alguien, lo siento. Seguiremos informando. A la vuelta nos vemos y, como diría mi el Antihéroe, hasta entonces, salud&aventura para todos.
Un fuerte abrazo,
Javier
Javier precioso, me alegro de que todo que has conseguido porque te lo mereces, porque tendrás ojos bonitos pero lo mejor que tienes es el corazón, tan grande que no cabe en el puño de Morentin, mil besos guapo, cuidate y que la vida te deje volver a disfrutar de tus abuelicas. Asun
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