domingo, 18 de mayo de 2014

El roncar del francés

Tumbado en la cama de al lado, con el antebrazo derecho sobre la frente y embutido en su saco de dormir verde, el joven francés ronca con aparente felicidad. Ahora más fuerte, con ímpetu, vigoroso, ¡un estruendo! El sonido de su profunda respiración en esta alcoba del 120 de Charles Street, en Perth, Western Australia, es molesto, pero no quiero escaparme del edredón en esta fría madrugada y me procura extraña compañía. 

La rueca ruidosa de sus inhalaciones y exhalaciones -que ahora parecen calmarse- como metáfora del transcurso del tiempo. ¿Tanto tiempo para qué? Igual que estos ocho meses de silencio en los que no me he dignado a aparecer por aquí. Drama ninguno para nadie excepto para uno mismo, quien pierde brillo en su tecleo al abandonar la escritura en su idioma.  ¿Por qué se pierden las ganas de escribir? ¿No hay nada interesante que aportar? ¿Mejor callar a veces que llenar discursos con banalidades? Disculpas para acólitos que siguen visitando la bitácora y preguntando por su desamparo -sólo familiares y algún amigo- y propósito de mejora y abandono de desidia. 

En todo este tiempo si algo me ha faltado ha sido vuestra presencia y ése cariño cercano que sólo quien comparte espacio físico y temporal puede brindar. Andamos lejos y la economía del inmigrante no da para volver de fin de semana. Y así más de un año sin abrazar a un hermano, sin recibir una recriminación seguida de una palmada en el hombro de un padre, sin ver frente a frente la sonrisa de una madre cuando le dices que hoy sí vas con ella al cine, sin hacer feliz a una abuela únicamente por devorar sus manjares o sin estar al lado de un amigo que pelea contra el cáncer. Son los caros peajes de quien viaja por estancias prolongadas. Nadie nos obligó a venir, nadie nos fuerza a quedarnos, no hay quien nos impida volver mañana. Los ronquidos volverán a llenar habitaciones en Niza y en Oteiza una vez hayamos cumplido nuestros propósitos y caminado lo suficiente. Confío en que volveré a abrazar al  para entonces licenciado Íñigo, seguiré escuchando al más sabio y ya jubilado Román, veré todas las películas con María Luisa, se me caerá el paladar al suelo con cualquier guiso de Carmen y a Iker y a mí todavía nos quedarán muchos buenos ratos con nuestros amigos del Código. El venir, el estar, el continuar, el planear el viaje más allá de Australia, como escribir o no, son decisiones personales y motivadas. Se os echa de menos, se os quiere y mañana, si queréis, hablamos de Osasuna en Primera.




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